jueves, 31 de enero de 2008

Prosa de una mañana otoñal (versión revisada)


Yo te esperaba; te pedí que vinieras ; ofrecí ir a verte; vos te escabulliste; me dijiste primero que sí; luego que ibas a pensarlo y después desapareciste; y yo desesperé ¡Otra vez más! Esta historia no era nueva; llevaba años esperándote; pedí el apoyo y el consejo de mis amigos; y ellos me dieron la espalda ¡Otra vez más! Finalmente le pedí ayuda a la Virgen María y a la Divina Providencia. Sabía que yo era indigno de gracia; pero mi insaciable alma, aún esperaba merced ¡Otra más! Tan grande era mi vehemencia; tan grande mi orgullo; finalmente; frente a un espejo; demacrado, pedí una gracia y prometí aceptar el "no"; me costaba que me dijeran que no. Me fui triste y melancólico a un letargo vacío... Un amigo me había dicho que mañana sería otro día; cometí todas las torpezas posibles; aún así me acosté y me dormí; a eso de las tres de la mañana, me desperté y volví a la cama triste; finalmente a las siete y media me levanté; me vestí y fui a desayunar; una gran ansiedad se apoderó de mí, tomé un tecito luego del desayuno y salí de mi casa. En la puerta, muchas voces de distintas óperas, en su mayoría italianas, resonaban en mi cabeza; la noche anterior había escuchado fragmentos de Tristán e Isolda; aquella gigantesca que tanto me acompañó y me hizo sufrir; y también tantas alegrías me dio. De todas esas voces que oía; una que me penetró fue la primera frase de Desdémona en el Otelo de Verdi "mio superbo guerrier"; aún no sabía quien eras... Crucé la calle y caminé por el parque y una especie de recitado que declamaba en aria, revoloteaba ahora por mi cabeza; el “Ave Maria” de Otelo; y se me ocurría de una gran Desdémona que yo había inventado; era la madre de un príncipe.

Mi caminar era uniforme y mi paso era veloz; llevaba gran prisa; no sentía nada a mi alrededor; no sabía hasta donde caminar; decidí hacer una caminata larga; de repente sentí un llamado; era el llamado de la Madre; de una madre alemana, una madre judía, la Madre de Dios; la Madre, Reina y Victoriosa tres veces Admirable de Schönstatt; decidí que debía ir a darle una ofrenda a su santuario; sentí que ella me lo pedía; me había olvidado mi estampita con sus oraciones, pero ella me perdonaba, me decía que no era necesario; sólo me pedía que rezase con sinceridad...

De repente miré a mi alrededor; era una mañana fría de otoño, con hojas amarillas y moribundas en los árboles; los porteros limpiaban las veredas con sus mangueras; los gatos callejeros volvían a sus guaridas; los pájaros cantaban y revoloteaban; al llegar al barrio que guardaba tantos inconfesables secretos, una gran alegría se apoderó de mí, observaba todo aquello con mucho placer; una sonrisa se dibujó en mi cara, mientras miraba las hermosas casas de aquel barrio; tú barrio ¿tú barrio? Sentía el aire frío en mi cara y estaba constipado; pero no me importaba, ni disminuía mi marcha; respiraba por la boca y tragaba bocanadas de aire frío. No sentía frío; sentía alegría y gratitud; se me ocurrieron muchas cosas para pedirle a la Virgen; muchas intenciones. La inspiración llegó a mí; inspiración para escribir algo ¿Una poesía? No; no manejaba la rima ni el soneto; sería una prosa; no sería una buena prosa; no tengo gran formación; pero quería hacerla igual; seguía caminando y admiraba las casas de estilo anglosajón, que habían sido testigo de mi gloria pasada; pero yo caminaba; llegué a aquella calle que yo le había dado el título de princesa y reina; tranquila, solemne, misteriosa, hermosa, con sus enormes árboles y sus mansiones; la inspiración era cada vez mayor.

Llegué finalmente al parque del principio; y vi la esquina en la que vino a mi cabeza el Ave Maria de Otelo; creí que ahí terminaba la inspiración; y entonces recordé la frase inicial de Desdémona; "mio superbo guerrier" y supe que la inspiración estuvo siembre adentro mío y quien era el soberbio guerrero; creo que ya lo sé; pero aún no lo puedo decir con certeza; Tenía muchas ganas de que nacieras; para ofrecerte como regalo de amor; me refiero a la prosa; creía que la prosa era como un no nato pidiendo nacer; ella sería muy hermosa, a pesar de no ser académica. Y cuánta paciencia me haría falta; Dios dirá...




Augustin von Reichenau, barón de Gauensdorf y conde de Ferenczy, Buenos Aires, 1 de febrero de 2008.

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