jueves, 26 de marzo de 2009

Sobre las mujeres


Alguna noche de primavera, Tomás Reining y Wilhelm Fassbaender, están sentados en un banco de madera cerca del lago en Wannsee y conversando…

Tomás: En Argentina, hace unos años escribí un pequeño relato con un alias, antes de venir para acá, lo traduje al alemán, y puse mi verdadero nombre, me gustaría leertelo…

Wilhelm: ¡Adelante!

Tomás: Acá va, se llama “La escena de la carta”: (lee en voz alta y en alemán) En la inmensidad de las estepas rusas, vivió Tchaikovsky, una hermosa y opresiva juventud... Fue ahí donde se inspiró para ponerle música al maravilloso poema de Alexander Pushkin, sobre el cual estoy escribiendo... ¡Dios misericordioso! ¡Cuánta belleza! ¡Cuánta dignidad! ¡Cuánta pasión! inconmensurable vehemencia... Y yo allí estaba; un niño de apenas 14 años, en la Mongolia moscovita; en ese aterrador y fantástico desierto... ¡Cuánto más cruel y fascinante para un niño que mil disneylandias! Y ahora, un joven sin rumbo, como el protagonista de la obra de Pushkin, hecha ópera por Tchaikovsky "Bajé de un barco y fui directamente a un baile", recordando ideas nihilistas; un lenguaje muy ornamentado... Y es una más... Pero ¡qué intensa es! ¿Qué es lo que soy? me gusta parafrasear a Thomas Mann y decir que soy un “pequeño burgués mimado por la vida”. Caprichoso, hedonista, moderno, contradictorio; evidentemente no tengo la mesura de Hans Castorp; ni siquiera la del asesino Raskolnikov; más bien soy alocado y pasional como Onegin o la joven y endeble Tatyana.
Una soprano rusa, cuyo nombre desconozco, interpreta la superlativa escena de la carta; y decime o ¡Dios de bondad! ¿Por qué tiene que terminar? Pero yo soy un argentinito caprichoso, y no vivo, ni en la Rusia zarista, ni en la Unión Soviética stalinista; y puedo poner "empezar de nuevo" cuantas veces quiera y vivir en la belleza "aparente" eterna; es algo así, como el jardín mágico de Klingsor en Parsifal... Hoy no soy más Tomás Reining; soy Tatyana Larina; mañana seré la princesa Gremina... Dios dirá...
Firma: Tomás Reining.

Wilhelm: Tengo que confesarte, mi amigo, que me preocupás y mucho…

Tomás: ¿Y por qué?

Wilhelm: Para vos no debe ser nada fácil vivir en un mundo como este…

Tomás: Wilhelm: ¿Vos leíste el Cándido de Voltaire?

Wilhelm: Creo que sé a dónde vas…

Tomás: ¿A ver qué crees?

Wilhelm: Prefiero que me lo expliques vos.

Tomás: Bueno, recordarás que el libro empieza describiendo Westfalia, “El mejor de los mundos posibles”… Bueno, yo vivo hoy en “El mejor de los mundos posibles”, pero con la terrible incertidumbre de saber que mañana, u hoy mismo, todo eso se puede derrumbar y ahí: “Dios dirá”

Wilhelm: Precisamente con ese “mejor de los mundos posibles”, Voltaire criticaba al conformismo de la Europa de su época, es verdaderamente peligroso y vivir con esa incertidumbre es enloquecedor.

Tomás: Wilhelm, puedo hacerte una pregunta, un tanto audaz, sé que en Alemania no se acostumbra a hablar de estas cosas que se consideran íntimas. Por otro lado, me producís un respeto gigantesco y me intimida, pero quiero hacértela…

Wilhelm: Preguntá…

Tomás: ¿Por qué motivo, un joven de tu edad y condición, sin impedimentos visibles, nunca tuvo nada con ninguna mujer, y ni siquiera habla de mujeres?

Wilhelm: Verás, me dedico de lleno a mi carrera, a decir verdad no tan de lleno, soy bastante hedonista, absolutamente hedonista, tanto como lo sos vos, y ahí tenemos nuestro punto en común que te hizo venir desde Argentina a Berlín: yo encuentro el placer más sublime y excelso en la música, dedico a ella todos mis ratos libres y es lo que me llena… Por otro lado: al menos acá, no sé si en tu país será igual: a las mujeres no les interesa tanto como a nosotros esta música.

Tomás: Yo creo que ellas son más terrenales y tienen los pies más en el suelo que nosotros, se ocupan más del aquí y el ahora, no les va volarse la cabeza con literatura demasiado compleja, ni tampoco es su naturaleza estar todo el día escuchando obras como el Tristan, la octava de Bruckner, la novena de Mahler o una Misa de Requiem, (se ríe) para ellas es inconcebible dilapidar el poco tiempo de ocio que tienen en algo como una Misa para muertos. Digamos que su placer pasa más por lo sensorial y lo directo, no por lo intelectual.

Wilhelm: ¡Exactamente! Además, no vas a ganarte una chica llevándola a ver una ópera o un concierto…

Tomás: Convengamos que no… Sin embargo, tengo que confesar que me he divertido invitando cincuentonas casadas, infelices en sus matrimonios, a ver obras como Boris Godunov, Tannhäuser, o la Séptima Sinfonía de Bruckner, luego llevarlas a comer a restaurantes elegantes, llenarlas de expectativas, y finalmente, llevarlas a sus casas y devolverlas intactas a sus maridos, dejándolas con las ganas…

Wilhelm: ¡Qué cruel sos!

Tomás: A veces, no obstante, las mujeres que acceden a mi jueguito, tienen mentalidad masculina, creo que no hay más que decir… (pausa) Sin embargo Wilhelm, te digo que los varones somos muy altaneros, si vas a ver una ópera o un concierto con un varón, él va a cacarear como un gallo para mostrar que ellos saben o tienen más, en mi país llamamos a eso “A ver quién la tiene más grande”…

Wilhelm: (ríe) Es verdad.

Tomás: Yo creo que a los varones nos gusta mostrarnos mucho más que a las mujeres, ellas se muestran en las tapas de revistas, su ropa y a veces sus cuerpos, o desnudan sus sentimientos más inmediatos con ciertas personas, pero a nosotros nos gusta hacer exhibiciones magistrales de lo que sea, ya sea dirigiendo una ópera o una sinfonía, o criticando el virtuosismo o la profundidad de la obra o la interpretación, hasta un partido de fútbol, pasando por casi todas las áreas.

Wilhelm: Cierto, concuerdo con vos… Ahora me toca a mí ser audaz: Sos joven, inteligente, atractivo, tu posición económica es muy sólida… No tengo noticia de que hayas tenido nada nunca con ninguna mujer, y tampoco hablás de mujeres…

Tomás: Amé a dos mujeres en mi vida, a una compañera de colegio, cuando tenía yo diez años, ella nunca lo supo, era bellísima, soñaba con ella dormido y despierto, en la secundaria se cambió de colegio y no la volví a ver nunca, terminé olvidándome de ella…

Wilhelm: ¿Y la otra?

Tomás: La otra la sigo amando hoy, y la amaré cada minuto de mi vida, hasta que sea el minuto extremo, a ella me debo, y no amaré a ninguna otra jamás. Soy un hedonista, que ama el placer, el que da la música, la literatura, el cine, el teatro, la pintura, la arquitectura, el paisajismo y la aeronáutica…

Wilhelm: ¡Tu madre!

Tomás: ¡Efectivamente!


Manuel Lamas, 16 de enero de 2009

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