martes, 24 de abril de 2007

La verdadera belleza de Gustl.

Y miré en el azul turquesa de tus ojos, que reposaban sobre dos pómulos salientes, una nariz prominente, todo color marfil, y unos hermosos labios rosados; una augusta melena negra un tanto desprolija, resaltaba la palidez de tu rostro; y tu cuerpo era el de un bello adolescente, tus proporciones eran muy adecuadas; lo que más me llamaba la atención de vos eran tus piernas, eran piernas perfectas, esbeltas, blancas, elegantes... oía de lejos tu voz, y era algo áspera, un timbre caprino, pero encantador; tu aspecto me impactó, me impactó en aquella playa austral, con el Océano Atlántico Sur que llevaba y traía embravecidas olas, aguas azules, frías y salvajes, como tu mirada. Varias melodías confluían en mí; aún no conocía a Wagner; primaban Beethoven, obviamente Mozart, y algunas cosas del romanticismo alemán. Te imaginaba como un Hänsel o un Octavian. Sabía tu nombre, ese nombre tan amado, casi sagrado para mí; el nombre del santo atravesado por flechas que tantos pintores de todas las épocas plasmaron en lienzos de tinte erótico y a la vez sacrosanto. Pero decidí llamarte Agustín, era el nombre de un amigo de mi infancia, nada más lejano a vos desde luego; hoy sos austríaco, sos un aristócrata, sos un sibarita cultural y para colmo sos una floor de invernadero; frío y vacío Augustin von Reichenau; inexistente Gustl. Pero vos existís, te tengo cerca, te quiero hablar, y no puedo y me angustio. Qué simple soy; me angustio por tonterías. Qué quiero de vos; quiero al menos piedad, como quería Sesto de Vitellia en la Clemenza di Tito...
Vos; el príncipe de los ojos turquesa, los rasgos angulosos, el rostro pálido, los labios rosados, los cabellos negros, las piernas hermosas, y el nombre de un santo tan erotizado, te voy a esperar toda la vida; y mientras tanto, un impostor austro-húngaro con fortuna y título nobiliario, reboloteará a modo de flor de inverbadero en mi imaginación.

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