domingo, 1 de abril de 2007

Anexo de Sassa

Sebastian va a su discoteca con una intención determinada. Saca del bolsillo de su bata azul marino una llavecita, y abre la mampara que protege los discos, están todos ordenados alfabéticamente por género. A la izquierda están las óperas, más de diez mil unidades originales en CD; las óperas están ordenadas alfabéticamente por compositor, y por orden de fecha de estreno, según cada compositor. Sebastián se dirige directamente a la sección de Wagner, va a los Tristanes, son once en total, agarra el de Fritz Reiner con Kirsten Flagstad y Lauritz Melchior, en vivo en 1936. Cierra la mampara con llave y va a su cuarto.
En el cuarto está la cama abierta, una mesita de nogal junto la cama con un banquito tapizado en terciopelo azul marino, que hace juego con el color del cubrecama y las cortinas, sobre la mesita hay una bandeja con una botella de whisky escocés, una jarra con hielo y dos vasos. Sebastián va al equipo de música, lo prende, aprieta un botón que hace salir la bandeja. Abre la cajita del Tristan und Isolde saca los tres CD’s, y los pone en tres pistas. Acciona un botón que pone en funcionamiento el aparato; regula el volumen con el control remoto. El preludio empieza a sonar con una calidad objetable. El primer acorde, un intervalo de sexta menor, que transmite incertidumbre, suspenso, se prolonga casi un minuto hasta que la orquesta estalla con furor, dejando fluir las notas como si fuesen el agua de un caudaloso río.
Sebastián se saca la bata y la deja en una silla marrón oscura cerca de la ventana. Se queda con un pijama azul marino que se compone de una camisa abotonada y un pantalón largo, lleva los pies desnudos, se asoma a la ventana; la temperatura afuera es de dos grados sobre cero. Es julio en Buenos Aires, es una noche fría y húmeda, hay neblina. La calefacción central de su gran casa está apenas encendida, le molesta sobremanera la calefacción fuerte. Camina con paso gracioso hasta la mesita del whisky, pone en cada vaso tres pedazos de hielo y sirve una considerable cantidad en cada uno.
Augustin está sobre la cama. Con un pijama verde inglés, Sebastián le da un vaso y dice salut! Bebe un poco y se sienta en su cama apoyando el vaso en la mesa de luz.
-Es bellísimo ¿No crees?
-¡Ya lo creo!
-Tristán es... es como un océano, la música fluye, es la representación del gran drama de la humanidad, esa tiranía que oprime al hombre, y al final lo libera, hay anhelo de libertad, de unidad, de salvación, de aquello que nosotros, pobres criaturas tanto anhelamos, de amor ¿Qué es el amor? ¿Vos lo sabés Gustl? ¿Existe tal cosa?
Augustin junta sus manos blancas como la leche, las lleva a su pecho como en actitud de plegaria. Observa a su amigo con sus ojos almendrados color turquesa, ojos de lobo de las estepas, herencia de sus antepasados magiares.
-En efecto Bastien, el amor existe. Es él quien nos eleva, quien nos hace hombres ¿Qué caso tiene hablar de eso?
-Cierto! Mi querido amigo, creo haber hecho una elección perfecta. La obra más perfecta de la historia de la música, al menos a mi criterio, con los dos mejores intérpretes wagnerianos del siglo XX, los dos escandinavos.
-Y el director húngaro.
-Húngaro como vos!
-Ja ja! Yo no soy húngaro; mi abuelo fue húngaro.
-Predomina en vos la sangre magiar. Esos pómulos altos, esos ojos almendrados de tártaro, herencia de la lejana Mongolia, magiares asiáticos mezclados con europeos diversos, germanos, eslavos, celtas, pero aquellos ojos esteparios, ojos asiáticos, de un color azul turquesa, como una cúpula de una mezquita de la lejana Samarcanda, seguramente tus antepasados mongoles pasaron por Samarcanda, por el Mar de Aral, llegaron al Mar Caspio, fueron a caballo hacia el norte, atravesaron los Urales, pasaron por Moscovia, probablemente hayan ido primero a Escandinavia y de ahí al sur, hasta las llanuras del centro de Europa. O por Polonia-Lituania, por la Rus de Kiev, sabe Dios cuando llegaron esos asiáticos a la tierra de tu abuelo György Széll.
Qué fascinación obsesiva con mis ojos!
Sebastián bajó la cabeza, tomó otro trago de whisky.
-¿Quien no se fascinaría con ellos? Cierta vez cuando éramos muy jóvenes, niños casi, me dijiste en un avión, luego de un gran silencio en el que rezaste con mucho fervor, rezaste para tus adentros, yo hablé de tus ojos y vos me dijiste que no era conveniente mirar tus ojos.
-Era yo muy chico. Tenía mucho miedo.
-¿Tenés miedo ahora?
-No querido, no tengo más miedo! Ahora sé que soy tan pecador como todos.
-Tu piel es tan blanca. Parece marfil. Cuantas veces deseé tocar esa piel, ese cuerpo, tus brazos, ¡cuantas veces te vi con pantalones cortos o traje de baño y quise tocar tus hermosas piernas, las piernas de un príncipe.
-¡Pero si vos sos un verdadero príncipe!
-Yo soy príncipe por nacimiento. Vos sos el príncipe de un príncipe, sos mí príncipe. ¿Qué? ¿Te sonrojás? Gustl, bellísimo mancebo; te amo cuanto deseo tu bello cuerpo y observar tu hermoso rostro, rostro magiar, con la piel blanca como la leche, los ojos turquesa como una cúpula de Samarcanda, la nariz prominente, recta, ligeramente aguileña. Tu boca ¡qué boca! Si vos supieras cuantas veces deseé yo besar esa boca, que mis dedos toquen esos labios rosados. Te amo tanto Gustl!
-Mon cher Bastien, ¡Dios Santo! ¡Cuanta lascivia! ¡Cuánto pecado!
-¿Realmente crees que alguna vez el amor puede ser pecado?
-Hace un rato me preguntaste si realmente creía que existía el amor.
-¿Acaso para vos el amor debe ser casto, puro, edificante "a la española"?
-ja ja ja ja ja! ¡Sí que sos ocurrente! Das kommt mir spanisch vor frase ridícula en todo el imperio de mi familia.
-Imperio disuelto, que iba desde Francia hasta Rusia, y desde Italia y los Balcanes hasta Polonia. En vos convergen ese exotismo asiático, que se ve en tus ojos, ojos de lobo de las estepas, esa elegancia vienesa, esa austeridad y religiosidad española. Llevás en tus venas la sangre de los archuiduques de Austria y de los Sacros Emperadores Romanos Germánicos, sangre de los reyes de España. El imperio de tus antepasados, fue aquel imperio de los Habsburgos, aquél en el que nunca se ponía el sol mon cousin ...
-¡Es gracioso que me llames primo!
-Lo somos, primos lejanos, pero primos al fin, un antepasado mío en Polonia se casó con una archiduquesa de Austria, y tu abuelo paterno era el hijo ilegítimo de un archiduque.
-¡Parece que la idea te entusiasma!
-La tierra de Loyola, de ahí tu catolicismo rancio! Y al mismo tiempo sos descendiente del imperio de Atila, en la lejana Mongolia. Aquellos nómadas salvajes que vivían sin ley, y aquellos hispanos edificantes y devotos, como se observa en Don Carlos.
-¿Te gusta el Don Carlos en francés o italiano?
-Me gusta "auf deutsch natürlich!"
-¡Ay mi prusianito!
-Yo soy tu prusianito, tu príncipe prusiano, que te amó desde que te vio por primera vez en el patio del Kindergarten, hace tantos años! No es ningún mérito por cierto... es tan fácil amarte, sos tan bueno, tan hermoso.
-Yo también te amo mi prusianito, mi Bastien, mi Blondchen , mi Sassa, el Sassa de alguien.
-¡Tuyo sólo!
-Y si lo fueras de muchos te seguiría amando.
-¡Sassa! ¡Qué enigma! Un enigma que sólo algunos, quizá nadie descubrirá...
-Sólo nosotros lo conocemos.
-"Es ist unsere Geheimnis..."
-¿Pero te gusta el Don Carlos de Verdi en francés o en italiano?
-No me acostumbro al francés. Me gusta cuando entra Felipe II, reprende a la reina y expulsa a su dama de compañía en italiano, el dúo del acto de Fontainebleau. El auto de fe.
-Siempre te fascinaron los autos de fe.
-Me gusta el coro de frailes: "Despuntó el día, día del terror! El día tremendo! El día fatal! Morirán! Justo es el rigor del inmortal!"
Pero si del perdón, la voz suprema, al anatema sucederá si el pecador, a la hora extrema, se arrepentirá"
-"Ich liebe dich!"
-"Ich dich auch!"








Augustin von Reichenau.
Buenos Aires, 16 de noviembre de 2006

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