jueves, 23 de diciembre de 2010

La casa de Amalia Kempe




- AMALIA KEMPE, VIUDA DE GUILLERMO FLEMING-PONIATOWSKI, antigua cantante de ópera y música sacra. Viuda de un hombre rico y misterioso del que vivió separada la mayor parte de tiempo, hasta que éste murió. Tuvo fama internacional, y se retiró del canto para dedicarse a la crianza de su único hijo. Hija de un director de orquesta sajón luterano, y de una criolla de clase alta y católica. 55 años.
- ESTANISLAO AUGUSTO SEBASTIAN FLEMING-PONIATOWSKI (SEBASTIAN), hijo de Amalia Kempe, de profundas convicciones religiosas, personaje reaccionario y represivo. Abanderado y mejor promedio de un colegio católico muy conservador. De ascendencia escocesa, polaco-lituana, alemana, vasca e irlandesa. 17 años.
- FRIEDERIKE STARKGRAU, VIUDA DE WILLIAM FLEMING-PONIATOWSKI, suegra de Amalia Kempe. antigua profesora de música. Nacida en Posen, Prusia Oriental, luterana de nacimiento. Viuda de un empresario británico de ascendencia noble escocesa y polaco-lituana. Muy enérgica y de fuerte personalidad. 90 años.
- TERESA GUEVARA LYNCH, VIUDA DE HEINRICH KEMPE, madre de Amalia Kempe. dama de la sociedad porteña, educada por institutrices y preceptores franceses, ingleses, españoles e italianos. Viuda de un director de orquesta de Dresde. 86 años.
- CASILDA MANRIQUE, mucama correntina de Amalia Kempe, mujer sencilla, pero astuta y sagaz, tiene un hijo que vive con ella en la casa de Amalia Kempe. 40 años.
- MAXI MANRIQUE, hijo de Casilda, está en segundo año del Roca, repetidor. Muchacho desenvuelto y dicharachero, es la contrapartida de Sebastián, es fuerte, seguro de sí mismo, viril, bien plantado y ateo. Su accionar es reprobado por todos en la casa de Amalia Kempe, excepto por su madre, y por la misma Amalia Kempe. 17 años.

*Todos los personajes viven en la casa de Amalia Kempe. **Todos los personajes, a excepción de la abuela Teresa, Casilda y Maxi, tienen la categoría de “Belgranodeutsche” (alemanes de Belgrano). ***Los varones mayores de 18 años están excluídos de esta obra, casi siempre por defunción.

Comedor de diario en la casa de Amalia Kempe, una casona señorial en Belgrano R. A la izquierda, un bar o isla que da a la cocina, atrás, junto al bar o isla, una puerta que da a la dependencia de servicio. Se entra por la derecha. Puede hacerse al revés, si el escenario tiene entrada por la izquierda, en este caso, el bar o isla que da a la cocina, estaría del lado derecho. Entre la puerta que da a la dependencia de servicio, y la entrada al escenario, hay una mesa de diez sillas, que tendrá cuatro sillas mirando al público, y una silla en cada cabecera. Delante de la entrada de la cocina, ya sea a la izquierda o a la derecha, hacia el público, hay una gran pantalla de LCD con DVD-player y home-theatre. Este elemento puede omitirse de acuerdo a las capacidades de la sala. No obstante, es necesario un sistema de audio, que permita reproducir la música indicada.
Sebastián está sentado en la más cercana a la isla o bar que da a la cocina, de las sillas que miran al público, su abuela Teresa está sentada en la cabecera, junto a la silla de él. Es viernes por la tarde. Sebastián está con el uniforme, hay una carpeta, y algunos libros sobre la mesa. Teresa viste pollera dos centímetros por debajo de la rodilla, zapatos con taco bajo, blusa de gasa, collar de perlas y saquito de hilo, fuma y toma whisky. Suena “El ocaso de los Dioses” de Wagner. Casilda está presente en el escenario, preparando las cosas para la cena.

CASILDA: ¡Miércoles! Estos huevos vinieron todos podridos, (pausa) Sebi, ¡Andá a comprar huevos! ¿Querés?
SEBASTIAN: Casilda, andá vos. No estás haciendo nada…
CASILDA: ¡Yo estoy cocinando!
SEBASTIAN: Yo estoy escuchando una ópera, no la voy a interrumpir para ir a comprar huevos.
CASILDA: Entonces no sé qué vas a comer…
TERESA: (Toma un trago de Whisky) Dale Casilda, andate de una corrida. Sebastián está conversando conmigo. Además, como él te dijo, no se puede interrumpir una ópera para una tarea tan nimia, como comprar huevos ¡Hacéme el favor!
CASILDA: Siempre apañándolo la abuela… (pausa) voy a comprar los huevos, pero que quede claro que yo no me voy a ocupar de todo lo que nadie hace en esta casa. Ya voy a hablar con la señora Amalia…
TERESA: Bueno Casilda, ¡andá de una buena vez! Dejanos conversar un poco y escuchar música…
CASILDA: Usted, que tanto apaña a su nieto, a la señora Amalia no le gusta que usted esté tomando desde antes de la comida.
TERESA: ¡Lo que hay que oír! A mí nadie me va a decir dónde y cuándo tomar.
CASILDA: La señora Amalia no opina lo mismo…
TERESA: ¡Por favor Casilda! No me hagas hacerme mala sangre…
Pausa
CASILDA: Como usted diga, señora. Ya veremos qué dice su hija…
TERESA: Bueno, ¡andá! ¡andá!
Casilda se va.
SEBASTIAN: ¡Al fin se fue!
TERESA: ¡Es insoportable! ¡Ay, ay, ay, ay! ¿En qué estaba, Bastien?
SEBASTIAN: Ah sí… Me estabas contando, como Enriqueta, Clementina y vos, tomaban champagne en el palco.
TERESA: Ah, sí… ¡Dios mío! (pausa) Mis hermanas y yo íbamos generalmente a ver a Wagner, Strauss, y ópera francesa… (pausa) Birgit Nilsson, Christa Ludwig, Victoria de los Angeles, Régine Crespin y Barbara Le Blanc eran muy amigas nuestras. Barbara, incluso venía con nosotros a Mar del Plata, ella le daba clases particulares de canto gratis a tu madre, lo hacía por diversión. Cuando tu abuelo y yo íbamos a Francia, nos quedábamos en su petit hotel de la Ile de Saint-Louis, y a su casa de Saint-Tropez (le da un sorbo a su whisky, y una pitada a su cigarrillo y lo apaga)
SEBASTIAN: ¿Pero cómo hacían para tomar champagne en el Colón durante las funciones?
TERESA: ¡En el Colón, en la ópera de París, en la de Viena, en la Scala, en el Met, y en el Covent Garden! Eso era cuando ya estaba casada con tu abuelo (pausa) De soltera, íbamos, Enriqueta, Clementina y yo, a ver El caballero de la rosa, por ejemplo… En ese entonces, señoritas de nuestra condición, íbamos al Colón con una señorita de compañía (pausa) Pero nosotras nos las arreglábamos para engancharla con el acomodador, se iba y nos dejaba tranquilas en el palco. Y entonces, tomábamos champagne y otras bebidas espirituosas que llevábamos de contrabando.
SEBASTIAN: ¡Tremendo!
TERESA: Y a la Iglesia, en ese entonces la gente de calidad, iba a Misa, y no era un desparpajo como ahora… Era todo un acontecimiento la Misa del domingo a la tarde. Nosotros íbamos a San Nicolás de Bari, Enriqueta, Clementina y yo íbamos con capelina. La basílica tiene un banco con el nombre de la familia Guevara Lynch. Mi abuela, Ana Victoria de Álzaga, era la presidente de las damas de beneficencia. Su nombre está en una placa en la basílica. A Misa de las siete de la tarde, iban los muchachos más buenos mozos de Buenos Aires, que llegaban de hacer Equitación. (pausa, enciende otro cigarrillo) Tengo tantas historias para contarte, Bastien… (pausa) Finalmente me quedé con tu abuelo. A él no le faltaba pinta. Era un alemán de buen porte. Alto, imponente, muy caballero, vino a Buenos Aires en la época de la guerra.
SEBASTIAN: Y tu familia no puso ninguna resistencia…
TERESA: ¡Para nada! Los alemanes, y más aún si eran muchachos bien educados, eran bien vistos por las familias patricias argentinas de aquél entonces… Nos casamos un año y medio después de que yo lo hubiera conocido en Edelweiss, después de haber dirigido Lohengrin en el Colón. (pausa) Yo no hablaba una palabra de alemán. Lo básico y elemental de las óperas alemanas, pero él se acercó a mi mesa, y me dijo en francés con acento alemán: “Señorita, era usted la del palco de las tres señoritas que tomaban Champager” Tu abuelo decía Champagner, con erre al final, ¡ay, ay, ay!
Pausa, Teresa le da un sorbo a su whisky, le da una pitada al cigarrillo, y mira hacia un punto cualquiera, evadida.
SEBASTIAN: Y el abuelo se acercó a preguntarte si vos tomabas champagne durante la función…
TERESA: Sí, sí… Yo le contesté, también en francés: “Maestro, estuve atentísima a su labor, y créame como que me llamo María Teresa Guevara Lynch y Álzaga, que Lohengrin es una de mis óperas favoritas y su trabajo ha sido estupendo, más permítame preguntarle, caballero, ¿Cómo es que hizo usted para estar al mando de cien músicos, dirigirlos con maestría, y percatarse de nosotras?” A lo que él me contestó: “Yo tengo plusvalía, señorita”…
SEBASTIAN: ¡Wow! ¡Te conquistó con eso!
TERESA: Y yo era una verdadera valquiria de las Pampas…
SEBASTIAN: ¿Y no hubo problema con que él era luterano?
TERESA: Absolutamente ninguno. Yo siempre seguí siendo católica.
SEBASTIAN: Teresa…
TERESA: Sí, Bastien…
SEBASTIAN: En tus tiempos de gloria, no tomabas whisky en el comedor de diario…
TERESA: Yo siempre tomé de todo, y hasta en el baño… Además, ¡ya estoy vieja, che!
Entra Friederike en bata y caminando con un bastón, y se sienta en el otro lado de la mesa
FRIEDERIKE: ¡Casilda!
SEBASTIAN: Casilda salió un momento, Oma.
FRIEDERIKE: Mein Gott! ¡Sebastian!
SEBASTIAN: Oma…
FRIEDERIKE: Mucho ruido…
SEBASTIAN: Ya lo saco, Oma…
TERESA: ¡Pero déjalo que escuche la música, che!
FRIEDERIKE: La ópera se debe escuchar en los teatros.
TERESA: Pero no vivimos en los teatros…
SEBASTIAN: No hay problema, ya la saco.
TERESA: Los más grandes intérpretes de la música de todos los tiempos, muchos de ellos, amigos míos y de Enrique, ya no están en los teatros, porque están muy viejos como nosotras, o porque están muertos, como vamos a estarlo nosotras dentro de poco tiempo. Es muy bueno que vos los puedas escuchar, Bastien.
FRIEDERIKE: ¡Podés apagar ese cigarrillo que me hace mal a los bronquios!
TERESA: ¡Puf! (lo apaga)
FRIEDERIKE: Sebastián, ventilá un poco, ¿Me hacés el favor?
(Sebastián ventila)
FRIEDERIKE: Son comerciantes. Esos que están en el gramófono, no son verdaderos artistas, son sólo comerciantes…
TERESA: Como tú Marido, Friederike.
FRIEDERIKE: ¡Mí marido era un hombre de mucho mérito!
TERESA: Comerciante e inmigrante, igual que vos.
Sebastián saca la música, pero se divierte con la discusión de sus abuelas.
FRIEDERIKE: (ofendida) ¿Qué querés decir con eso de inmigrante?
TERESA: La pura verdad, sos una vieja malhumorada, y como buena inmigrante, adolecés de clase.
FRIEDERIKE: ¡Hablás de clase, vos! Estás todo el día medio borracha, y hablando de tus ancestros terratenientes que supuestamente vivían como reyes.
TERESA: ¿Te cabe alguna duda?
FRIEDERIKE: Bueno, es probable que sea cierto, pero también es cierto que vos y tu hija, viven como viven, gracias a lo que dejaron mi marido y mi hijo. Un inmigrante, y un hijo de inmigrantes.
TERESA: ¡Pero por favor! Yo no voy a discutir con vos, mejor me voy a leer un rato al escritorio, y a fumar tranquila.
SEBASTIAN: (entretenido) Bueno, ya está, saqué la ópera, ya no peleen más, Oma, quedate tranquila, ¿Te preparo un té?
FRIEDERIKE: No, dejá, no sabés hacerlo bien, ¡traeme un vaso de agua!
SEBASTIAN: Sí, Oma.
TERESA: Esta viejita, se va a leer y a fumar, y como dice el dicho, aunque la mona se vista de seda… “Au revoir, Bastien!”
Sebastián se ríe, Teresa se va.
FRIEDERIKE: Vieja y loca
(pausa)
FRIEDERIKE: ¿Y tú examen?
SEBASTIAN: Me fue bien, Oma.
FRIEDERIKE: ¿Cuánto te sacaste?
SEBASTIAN: Un diez, Oma. (baja la cabeza)
FRIEDERIKE: No esperaba menos. (pausa) ¿Dónde está tu madre?
SEBASTIAN: No sé, Oma.
FRIEDERIKE: Es raro, no está ni Amalia, ni Casilda.
SEBASTIAN: Casilda viene enseguida, fue a comprar huevos.
FRIEDERIKE: ¿Por qué no fuiste vos?
SEBASTIAN: Eh, yo…
FRIEDERIKE: Vos, ¿qué? ¿Estabas estudiando?
SEBASTIAN: Sí, yo, este…
FRIEDERIKE: Estabas de cháchara con Teresa y escuchando ópera.
SEBASTIAN: Sí, Oma.
FRIEDERIKE: Las cosas no son así, Sebastian. Tenés que ayudar en tu casa. Sino cuando vivas solo, vas a ser un inútil.
(pausa)
FRIEDERIKE: Herrgott im Himmel! Ich wüsche mir endlich Frieden zu haben…
SEBASTIAN: Va a estar todo bien Oma…
Pausa larga
Entra Casilda con los huevos, y los deja en su lugar.
FRIEDERIKE: ¿Dónde te habías metido?
CASILDA: Había ido a comprar unos huevos para hacer la comida.
FRIEDERIKE: Bueno, ¡hacéme un té!
CASILDA: ¡En seguida!
Casilda va a preparar el té.
SEBASTIAN: Casilda…
CASILDA: Sí, Sebas…
SEBASTIAN: ¿Qué hay de comer?
CASILDA: Milanesas con puré… Y de postre hice frutillas con crema.
SEBASTIAN: ¡Buenísimo!
FRIEDERIKE: Si seguís así, dentro de unos años vas a ser gordo.
Casilda lleva el té para Friederike.
FRIEDERIKE: ¡Gracias, podés irte!
Casilda sigue con sus quehaceres.
Entra Maxi
MAXI: ¡Hola vieja!
CASILDA: Hola, Maxi… ¿Cómo te fue?
MAXI: Todo joya, ¿Qué hay de comer? (Va buscar un vaso de Coca).
CASILDA: Milanesas con puré, y de postre hice frutillas con crema.
MAXI: ¡Mató, vieja! A las once salgo con los pibes, ¿Vos venís pescado?
Le toca el hombro a Sebastián
SEBASTIAN: Hace 17 años que no salgo con vos Maximiliano, ¿qué te hace pensar que hoy voy a salir?
FRIDERIKE: Sebastián… ¿Salir con vos? ¡Jesus Maria! ¿A dónde?, ¿a un burlesque? (se ríe burlonamente).
MAXI: A un boliche Fride, para que haga cosas de pibe normal.
FRIEDERIKE: ¡Por Dios!
MAXI: Che, Fride…
FRIEDERIKE: (con altanería) ¿Qué querés?
MAXI: En el comedor, el perrito de Teresa estaba arriba de tu juego de té.
FRIEDERIKE: (Consternada) Yo no sé por qué tu madre, Sebastián, le permite a tu abuela tener animales en esta casa… ¡No es un zoológico!
Se levanta con el bastón y sale.
MAXI: Escuchame pescado, ahora que se fue la momia, vamos a ir con los pibes, a un boliche en Ramos…
SEBASTIAN: Y el perro de mi abuela es un Yorkie…
MAXI: ¡Pejerrey! Vos tenés facha y sos chetito (lo mira), aunque tenés menos onda que las óperas que escuchás.
SEBASTIAN: Y vos tenés menos clase que las infra músicas que escuchás…
MAXI: Cómo se nota que vivís en una pecera, (pausa) ¡Dale, berberecho, ponete media pila y vení con nosotros!
SEBASTIAN: ¿Y desde cuándo vos querés que yo te acompañe a tus reductos de infra hombres?
MAXI: Es que a los pescaditos les viene bien salir un poco a la superficie y tomar un poco de aire, dale, quién te dice, tenés una alegría…
SEBASTIAN: No voy ahí ni que me paguen. Además, Ramos Mejía… a la noche, vuelvo deshonrado…
MAXI: ¡No, calamar! Ese favor no te lo hacen… además vas a estar conmigo y con mis amigos…
SEBASTIAN: Una tropilla de primates…
MAXI: Los seres humanos nos parecemos más a los monos que a los pescados, cornalito… (pausa), mirá, si venís con nosotros esta noche, la próxima vez que haya ópera en el Colón, voy con vos… (pausa) Y me la fumo toda…
SEBASTIAN: (Lanza una sonora carcajada) ¿Vos, al Colón, a ver una ópera?
MAXI: ¡En serio, surubí! ¡Voy! Si vos tenés balconcito…
SEBASTIAN: Palco…
MAXI: ¿Eh?
SEBASTIAN: El balconcito se llama palco. Y es de mi madre y mis abuelas.
MAXI: ¿Pero no podés llevar a quien quieras ahí? A veces van amigas de tu mamá o de tus abuelas, o vas con esa amiga tuya que tiene cincuenta, y está loca, o al amigo que tienen en común la vieja esa, y vos, el cura ese, que también es una loca…
Sebastián se ríe.
SEBASTIAN: ¡Pobre Padre Carlos, parece una señora gorda!
MAXI: Dale, si a vos te encanta…
CASILDA: Bueno, ¡terminen de hablar así del Padre Carlos!
MAXI: Bueno, vieja, no pasa nada. Decime, caballa, ¿Podés llevarme a ver la ópera al coso ese?
SEBASTIAN: Al palco, palco, como tienen las canchas de fútbol…
MAXI: ¿Sabés lo que es un palco en una cancha?
SEBASTIAN: No sé un comino, sé que las canchas tienen palco, porque mi tío Ricardo tiene uno, o algo así en la cancha de River (pausa) Mirá, técnicamente puedo llevar a quién quiera, siempre que no sea más de seis personas… ¿Pero llevarte a vos? ¡Es como tirar margaritas a los chanchos!
FRIEDERIKE: (Desde afuera del escenario) ¡Casilda!
CASILDA: ¿Sí señora?
FRIEDERIKE: ¡Vení ya mismo Casilda!
SEBASTIAN: ¿Qué pasa Oma?
FRIEDERIKE: ¡Me hice encima!
MAXI: ¡Dios mío!
Sebastián se mata de risa y Casilda sale corriendo.
MAXI: Dale, atún, ¿Qué me decís?
SEBASTIAN: (Le echa una mirada) Va a haber que vestirte. Pero la próxima ópera del abono, es Pélléas et Mélisande, y sólo el hecho de imaginarte tres horas y media en un palco del Colón mirando y escuchando a Debussy, me motiva bastante…
MAXI: ¿Tomo eso como un sí?
SEBASTIAN: Bueno, sí… ¡Dios! Yo, a un boliche, y en Ramos Mejía…
MAXI: Y yo a ver “peleás y no se cuanto” al Colón… Dale, salíte un poco de la rutina, pacú…
SEBASTIAN: ¡Cómo se nota que sos corentino!, Te sabés todos los pescados de río.
MAXI: No soy correntino, pa, además, vos sos todos los de río, los de mar, los de laguna y los de lago juntos (pausa)
SEBASTIAN: Pero no pienso hacer nada, voy solamente porque me divierte ver un reducto de lascivia donde va la gente básica a tener placeres báquicos...
MAXI: ¿Placeres qué?
SEBASTIAN: Nada, a mirar culos y tetas, y a… coger…
MAXI: Y sí, merluza, a los seres humanos nos gustan las tetas y los culos… Y cogemos…
SEBASTIAN: ¡Yo no!…
MAXI: Y… Vos no sos un ser humano, sos un pescado…
SEBASTIAN: ¡Decí lo que quieras! A mí lo único que me interesa es verte en el Colón viendo y escuchando a Debussy, perdido como turco en la neblina… (se ríe sarcásticamente)
MAXI: ¡Okay! (pausa) Al fin vas a hacer una salida de pibe normal, por primera vez en tu vida… ¡Y te aseguro que después de esta noche, dejás la huevada, y te convertís en un pirata, y le hacés honor a tu abuelo inglés! (se ríe)
SEBASTIAN: ¡Soñá! (pausa) ¿Pero venís al Colón? No te arrepentís a último momento…
MAXI: ¡No, boludo, voy, voy! (lo mira) Pero cambiate, que vestido de colegial vas a parecer una mojarrita…
Se escucha un alarido de Friederike desde afuera del escenario
APAGON

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