sábado, 19 de mayo de 2007

Prosa de una mañana otoñal


Yo te esperaba; te pedí que vinieras a mí; te ofrecí ir a verte; vos te escabulliste; me dijiste primero que sí; luego que ibas a pensarlo y luego desapareciste; y yo deseperé ¡Otra vez más! Esta historia no era nueva; llevaba años esperándote; pedí el apoyo y el consejo de mis amigos; y ellos me dieron la espalda ¡Otra vez más! Finalmente le pedí ayuda a la Virgen María y a la Divina Providencia; sabía que yo era indigno de gracia; pero mi insaciable alma, aún esperaba merced ¡Otra más! Tan grande era mi vehemencia; tan grande mi orgullo; finalmente; frente a un espejo; demacrado, pedí una gracia y prometí aceptar el "no"; me costaba que me dijeran que no. Me fui a la cama triste y melancólico; con la ayuda de dos psicofármacos; a un letargo vacío... Un amigo me había dicho que mañana sería otro día; cometí todas las torpezas posibles; aún así me acosté y me dormí; a eso de las tres de la mañana, me desperté y volví a la cama triste; finalmente a las siete y media me levanté; me vestí y fui a desayunar con mi mamá; una gran ansiedad ¡Otra vez más! se apoderó de mí, tomé un tecito luego del desayuno y salí de mi casa; en la puerta, muchas voces de distintas óperas, en su mayoría italianas, resonaban en mi cabeza; la noche anterior había escuchado fragmentos de Tristán e Isolda; aquella gigantesca que tanto me acompañó y me hizo sufrir; y también tantas alegrías me dio. De todas esas voces que oía; una que me penetró fue la primera frase de Desdémona en el Otelo de Verdi "mio superbo guerrier"; aún no sabía quien eras... Crucé la calle y caminé por el parque y una especie de recitado de declamaba en aria revoloteaba ahora por mi cabeza; el Ave Maria de Otelo; y se me ocurría de una gran Desdémona que yo había inventado; era la madre de un príncipe.

Mi caminar era uniforme y mi paso era veloz; llevaba gran prisa; no sentía nada a mi alrededor; no sabía hasta donde caminar; decidí hacer una caminata larga; de repente sentí un llamado; era el llamado de la Madre; de una madre alemana, una madre judía, la Madre de Dios; la Madre, Reina y Victoriosa tres veces Asmirable de Schönstatt; decidí que debía ir a darle una ofrenda a su santuario; sentí que ella me lo pedía; me había olvidado mi estampita con sus oraciones, pero ella me perdonaba, me decía que no era necesario; sólo me pedía un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria...

De repente miré a mi alrededor; era una mañana fría de otoño, con ojas amarillas y moribundas en los árboles; los porteros limpiaban las veredas con sus mangueras; los gatos callejeros volvían a sus guaridas; los pajaros cantaban y revoloteaban; al llegar al barrio que guardaba tantos inconfesables secretos, una gran alegría se apoderó de mí, observaba todo aquello con mucho placer; una sonrisa se dibujó en mi cara, mientras miraba las hermosas casas de aquel barrio; tú barrio ¿tú barrio? Sentía el aire frío en mi cara y estaba constipado; pero no me importaba, ni disminuía mi marcha; respiraba por la boca y tragaba bocanadas de aire frío. No sentía frío; sentía alegría y gatitud; se me ocurrieron muchas cosas para pedirle a la Virgen; muchas intenciones. La inspiración llegó a mí; inspiración para escribir algo ¿Una poesía? No; no manejaba la rima ni el soneto; sería una prosa; no sería una buena prosa; no tengo gran formación; pero quería hacerla igual; seguía caminando y admiraba las casas de estilo anglosajón, que habían sido testigo de mi gloria pasada; pero yo caminaba; llegué a aquella calle que yo le había dado el título de princesa y reina; tranquila, solemne, misteriosa, hermosa, con sus enormes árboles y sus mansiones; la inspiración era cada vez mayor.

Decidí darle mis respetos a San Patricio; caminé hasta donde Dios; la virgen y los santos lo pedían , pero quería caminar un poco más, y fui hasta un convento, allí hice la señal de la cruz ante las consagradas a Nuestro Señor; seguí caminando y ¡Una vez más! me reconocí pecador; supe que iba a seguir pecando; pero Dios me perdonaba; porque Dios no pretende que seamos perfectos, sólo pretende que tengamos fe en él nos arrepentamos de nuestros pecados; esta visión se acerca más a la protestante que a la católica; por lo que decidí mostrar una señal de respeto al pasar ante una iglesia evangélica luterana; también me di cuenta de que el hombre es un ser religioso; siempre lo fue; desde sus orígenes; son muy pocos, si es que existen, los que pueden pasar toda su vida sin Dios. Llegué a San Patricio, hice la Señal de la Cruz y contemplé su austera y solemne belleza. Seguí caminando y pasé por la iglesia protestante, también ante ella hice la señal de la cruz; todos somos cristianos a fin de cuentas. Crucé la calle y me vino a la mente la frase "Dios ve en nuestros corazones, él es quien debe juzgarnos" Y yo un simple pecador, me sentía redimido; sentía que había aceptado el "no"; con gran alegría llegué a Schönstatt; aquel santuario de aquella gran madre alemana, la Madre de Dios; durante mi caminata había pensado muchas intenciones; por lo que sabía que mi estancia en el santuario sería corta; fui a la fuente, y mojé mis dedos con agua, entré a la capilla, me arrodillé ante la imagen de la Virgen rodeada de una leyenda que decía "Servus Mariae nunquam perihit"; recé Padre Nuestro, Ave María y Gloria y mis intenciones fueron breves; salí de la capilla y fui a la fuente a mojar mis dedos para sentir el agua; pero no estaba fría; su temperatura era agradable; un gorrión revoloteó delante de la capilla, finalmente salí del santuario y caminé; entonces supe que la Santa Madre de Dios, la Virgen María, alemana, judía o argentina, mi propia madre; se había apiadado de mí y había intercedido ante Dios; recordé entonces dos frases; una de ellas era "perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden" Yo era perdonado por mis pecados y torpezas y debía perdonar a todos, a los amigos que me dieron la espalda; también recordé la frase de la oración que decía "Cuanto soy y cuanto tengo te lo entrego como un regalo de amor a la fuente santa de gracias, que desde el Santuario brota cristalina para penetrar el alma de quienes a Schönstatt fan dado su corazón".

Llegué a la calle reina y princesa, la obsevé elegante y hermosa, y al irme a modo de piropo le dije "Meine Fürstin; meine Königin"; llegué a una esquina con semáforo y crucé, pero de repente me di cuenta de la presencia de Apolo; que me había encandilado y casi pierdo mi oportunidad de cruzar; Apolo; el dios griego de la luz, de la belleza y la bondad; aquél que se parece tanto a nuestro Señor Jesucristo; una vez un profesor mío, hizo una analogía entre esta deidad grecolatina y Cristo. Ambos son bondad, son belleza; yo te veía delante mío, sabía que no podría alcanzarte; corrí un poco; pero vos te escondías entre los árboles; son pocos los que puedejn mirarte sin encandilarse. Yo te miraba y no me encandilaba; me sentía amado; antes había sido la Madre de Dios quien me había inspirado; ahora me inspiraba Apolo; pensé en mi adolescencia, en la adolescencia; en Apolo y Jacinto; y decidí escuchar el "Apollo et Hyacinthus" de Mozart mientras escribía mi prosa; el Apolo y Jacinto; un deber escolar del adolescente Mozart para el Gymnasium ¡Cómo me gusta cómo suena esa palabra con la Ypsilon! Supe que mi prosa sería muy linda; y quise crearla; supe que debía tener paciencia y aún cuando las circunstancias fuesen adversas, poner la otra mejilla; ¿acaso no fueron adversas las circunstancias en las que fueron escritas el Quijote? Seguí caminando con Apoolo delante mío, él iluminaba mi cara; de repente vi unos cuantos judíos que ibal al templo el sábado a la mañana; lamenté no saber más sobre judaísmo; a lo mejor me hubiesem ayudado. Vi en lo alto la cruz en la que había muerto Nuestro Señor e incliné mi cabeza; pasé por la Inmaculada; grandiosa y solemne, hice la senal de la cruz; de repente Apolo desapareció; supe que lo vería sólo esporádicamente; luego me crucé de vereda y no vo más a Apolo; alquien sabrá quien es Apolo y que no es uno solo.

Llegué finalmente al parque del principio y volví a ver a Apolo; y vi la esquina en la que vino a mi cabeza el Ave Maria de Otelo; creí que ahí terminaba la inspiración; y entonces recordé la frase inicial de Desdémona; "mio superbo guerrier" y supe que la inspiración estuvo siembre adentro mío y quien era el soberbio guerrero; creo que ya lo sé; pero aún no lo puedo decir con certeza; Tenía muchas ganas de que nacieras; para ofrecerte como regalo de amor; me refiero a la prosa; creía que la prosa era como un no nato pidiendo nacer; ella sería muy hermosa, a pesar de no ser académica. Y cuánta paciencia me haría falta; Dios dirá...




Augustin von Reichenau, barón de Gauensdorf y conde de Ferenczy, Buenos Aires, 19 de mayo de 2007.

No hay comentarios: