viernes, 27 de junio de 2008

El pretendido más libre de todos los hombres


¿Cuál es el más libre de todos los hombres? Sigfrido lo fue; él no temió a nada; ni siquiera a la lanza del más poderoso de los dioses… Más una vez, él sintió miedo; fue cuando conoció a una mujer.
Yo, hombrecillo insignificante y pusilánime; mediocre por demás… ¿Soy acaso el más libre de todos los hombres? ¡Qué temeraria insensatez sería afirmar tal cosa! Sin embargo, hace poco rato, un caro afecto mío, me invitó a una fiesta que rebozaba de juventud y diversión, había mujercitas muy lindas; todas ellas arregladas y vestidas a la moda; volvían locos a los más de los muchachos, que se daban a los placeres báquicos. Yo en tanto, permanecía impávido… apreciaba la belleza de aquellas jovencitas, admiraba su gracejo, su desenvoltura; su “joie de vivre”; más no me apabullaban; ni el más mínimo resquemor. Acudí a la fiestita con bastante desenvoltura; me vestí elegantemente, fui y allí hice gala de mis modales discretos y refinados.
Más sí hubo una cosa que me inmutó; y me hizo reflexionar, al mismo tiempo que me hizo revivir sentimientos, de algún modo dormidos en mí, y me dio una vehemente esperanza… Y aquí yo; el pretendido más libre de todos los hombres, tengo miedo, advirtiendo la opresión ajena. ¿Importa quién era esa persona? Luego de “El príncipe de Posen”, con sus excesos, sería una remilgada y absurda pacatería, jugar a hacerme el misterioso. Más prefiero no dar más detalles, los motivos me los guardo… Ese ser, se divertía a sus anchas, en aquél mundo de placeres temporales; más yo, descubrí que no actuaba con la mayor desenvoltura; a decir verdad, esa persona, en ese lugar, era el menos libre de todos los hombres; hacía tal cual lo que se esperaba que hiciera; pero no podía engañarme; había en sus modos, en su forma de hablar, de llevar la ropa que debía llevar, que lo delataba. Esa persona me deseaba, y el sentimiento era mutuo; más ¿Qué podía yo hacer? Una sonrisa cómplice, un cordial saludo que quisiera decir otra cosa; una invitación a salir con pretendida desenvoltura… Yo veía que esa persona era prisionera de sus circunstancias; y yo lo soy de las mías. Yo soy prisionero del anhelo de una vida segura y rica en bienes materiales que reemplacen la pasión que la vida del pretendido más libre de todos los hombres jamás tuvo… su musa inspiradora… La música; Wagner: la pasión inconmensurable de su Tristan, El anillo del Nibelungo; con el amor incestuoso y fatídico de Sigmundo y Siglinda; Sigfrido; el hombre que no le teme ni a la lanza del más grande de todos los dioses, pero le teme a una mujer… Tchaikovsky; el Onegin, que es tan prisionero de sus circunstancias, que se ve impulsado a matar a su mejor amigo por el “qué dirán”… Bruckner; y su edificante majestuosidad religiosa e inmensa…
Sin embargo, en el fondo de mi alma, al dejar el bullicio de aquél saloncito de niñatos que jugaban y se divertía como mejor lo sabían hacer; yo, que viví una vida aburrida y mesurada pero ¿libre? Pienso en volverte a ver… Aquella sonrisa cómplice, esa invitación con pretendida desenvoltura; ¿Te volveré a ver? Y la dicha doméstica y materialista que me conforta, se verá coronada de una dicha aún mayor, aún ignota para mí, placeres de los cuales sólo he leído en libros y visto en óperas ¿Vendrás a mí? Dios dirá…


Benedicto; Buenos Aires, 28 de junio de 2008.

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