miércoles, 28 de mayo de 2008

La séptima sinfonía de Bruckner


Mañana, jueves 29 de mayo, iré a ver el primer concierto de Daniel Barenboim con la Staatskapelle Berlin, en el Teatro Coliseo, en función de primer ciclo de Mozarteum; el concierto consistirá del poema sinfónico “Noche Transfigurada” de Arnold Schönberg, y la séptima sinfonía de Anton Bruckner, que comentaré a continuación.
Sin duda alguna, lo más famoso de esta gran sinfonía es su segundo movimiento; el Adagio; que tiene grandes reminiscencias wagnerianas, inspiradas por la admiración de Bruckner hacia Richard Wagner; en cierta medida es una marcha fúnebre dedicada al maestro de Bayreuth, que murió ese mismo año en Venecia; su “arquitectura” tiene mucho del Tristán e Isolda, por lo que me gusta denominar a este Adagio, que es considerado por muchos, como el mejor movimiento de una sinfonía, jamás escrito; “jugo de Tristan”, ya que es una suerte de concentrado del Tristan de Wagner. El Adagio se escribió a principios de 1883, con anterioridad al resto de la sinfonía, que fue terminada ese mismo año, ya muerto Wagner. El estreno tuvo lugar en Leipzig en 1884, bajo la batuta de Arthur Nikisch y fue un éxito rotundo .
La sinfonía tiene el formato clásico de sonata en cuatro movimientos; el primer movimiento es un Allegro moderato, que empieza con acordes que recuerdan al preludio de Lohengrin; y tiene un interesantísimo “crescendo”, muy alegre y al mismo tiempo solemne; y con reminiscencias a Los Maestros Cantores y El anillo del Nibelungo y termina con gran ímpetu.
El tema del primero, se repite en el segundo movimiento; el famoso Adagio, denominado “Sehr feierlich und sehr langsam” (muy solemne y muy despacio), tiene un clímax a menos de un minuto de haber comenzado, que recuerda mucho al “Blickmotiv” (motivo de la mirada) de Tristán e Isolda, luego sigue un intervalo lento y muy íntimo, hasta repetir el motivo y luego llegar a un momento culminante de esplendor en el que en el estreno mundial en Lepizig , el director Arthur Nikisch, añadió los platillos, que a Bruckner le disgustaban, pero agradaron mucho al público y hoy en día, la mayoría de los directores los añaden. El clímax, usa temas del propio Bruckner; de su Te Deum. El movimiento termina con un motivo suave “de resignación”, que recuerda la muerte de amor de Isolda.
El tercer movimiento, se compone de dos formas; un pequeño Scherzo, denominado “Sehr schnell” (muy veloz), vivaz y alegre, aunque sin perder nunca el decoro bruckneriano, y un Trio “Etwas langsamer” (algo más lento).
El cuarto movimiento, es el más bruckneriano de todos “Bewegt, doch nicht zu schnell” (movimiento, pero no demasiado rápido), tiene la solemnidad y alegre serenidad que caracterizan al maestro austríaco.
En síntesis, la séptima sinfonía es un homenaje de Bruckner a Wagner, con reminiscencias bastante obvias a Lohengrin, Tristán e Isolda, Los maestros cantores de Nürnberg y El anillo del Nibelungo. Esta sinfonía ha sido además, mi pasaporte a la música de este genio austríaco tan edificante, como a mí me gusta llamarlo “a la española”… Veremos cómo se desenvuelve Barenboim, yo le tengo mucha fe.

Benedicto, Buenos Aires, 28 de mayo de 2008.

1 comentario:

Damián Ezequiel dijo...

Manuel: Me parece que, si bien no entiendo mucho de música clásica, este texto es toda una crítica. Y además me pareció muy buena la idea del "jugo de Tristan". Saludos. Damián