martes, 17 de enero de 2012

An die russische Kunst (Al arte ruso)




¡Qué lindo hace sonar Oistrakh el violín! ¡Qué bien interpreta el concierto para violín de Tchaikovsky! En el anhelo por decir algo superlativo, callo todo lo que pueda decir ¿Y qué tengo para decir? Una ansiedad indescriptible, algo que creo no saber explicar con palabras. Ese sonido tan precioso del violín, esa maestría… Y de pronto, esa gigantesca; pompa eslava orquestal, tan magnificente, tan empalagosamente elegante, tan trágica, dura poquito, es un tanto efectista, mientras dura te tiene todo hinchado, cuando se termina, te agarra un vacío molesto, querés volver a sentir esa pompa eslava orquestal, ese fluir monumentalista, con aires wagnerianos, ahí aparece de nuevo, dura igualmente poco, evoca una juventud perdida, ciudades lejanas, estepas ajenas, evoca un mundo que nunca fue mío, y nada fue más mío, lo amé, y dio por tierra conmigo, no es más que un amor letal, un amor ruso, mejor dejarlo de lado, ¿de qué hablo? ¿De un concierto para violín y orquesta de un compositor ruso? ¿De San Petersburgo? Del alma rusa en sí… Representada en todas las manifestaciones artísticas que conozco de este tremendo país, que hizo de mi pobre alma y de mi pobre cuerpo un estropajo, y yo le sigo implorando piedad… ¡Ya lo comprendo! Amo el arte ruso, porque comprendo intrínsecamente el alma rusa, sé sufrir, para comprender intrínsecamente, lo ruso, hay que poner el cuerpo, hay que ser femenino, los rusos son femeninos, saben poner el cuerpo, saben sufrir, y disfrutan del dolor. Yo soy un ruso que nació en un lugar equivocado ¿O no?

Benedicto Balaguer

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