martes, 8 de julio de 2008

Rothaarige Salome


La consigna era fácil; había que hacer una exposición cuatripartita; canto, danza, gracia y recitado. Primero pasó una chica muy graciosa, lo hizo bien, después pasé yo, traté de hacer lo mejor que pude; pero el resultado fue pobre; pasaron luego varios más; hasta que llegó él… No puedo explicar lo que sentí… eligió un nombre muy naïve, tierno, para niños; empezó a cantar, una canción de una película de Disney, no me gusta la canción, y su voz de barítono ligero, no era ninguna maravilla, sin embargo, había un encanto, una musicalidad envuelta en magia; los movimientos de su cuerpo, sincrónicos con los de su canto y los gestos de su cara; fue realmente muy lindo. Siguió el baile, una música que no recuerdo; pero verlo a él bailándola, con esa elasticidad, su pequeño cuerpo, con movimientos similares a los de un gatito; él; una estatuilla de marfil, con el semblante de un ángel celestial, la mirada de un príncipe celta, el candor de un niño, y el pelo rojo como la sangre y la pasión… fue algo así como imaginar a la princesa Salomé, bailar la danza de los siete velos, para el tetrarca Herodes Antipas; una suerte de niña –en este caso un niño- perversa, que era plenamente consciente de la fascinación que generaba en todos nosotros; yo aplaudí desenfrenadamente, quería poseerlo, y quiero hacerlo aún; ese joven es lindo como la imagen del martirio de San Sebastián.
Luego llegó la gracia; fue muy erótica, muy cargada de deliciosa y lasciva locura; al grito de “fuck me! fuck me!”; finalmente llegó la mejor parte, su recitado, declamó una pieza teatral que no conozco, con su voz media aguda, pero corpórea, y lo que dijo fue tan lleno de vida, de erotismo, de corporeidad, de pasión y compenetración, que al acabar y hacer su elegante saludo, como el que hacen las gacelas, con su grácil cuerpo; que casi conmovido hasta las lágrimas tuve ganas de aplaudir de pie…


Sebastian von Schloss, Buenos Aires, 8 de julio de 2008.

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